21 de enero de 2013



Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
 Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
   
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
   
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
  
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.

7 de enero de 2013



Ya se han terminado las vacaciones, triste pero cierto. Me sigo sintiendo algo mal, pero a la vez mucho mejor que antes. Sé que tan sólo es cuestión de tiempo que me ame a mi misma y me acepte del todo. Por otro lado estoy algo “pasota” es decir, todo me da exactamente igual… y no debería ser así. Quizá me haya decepcionado algo, a principios de curso pensé que entraría en la carrera que quiero, no hay otra cosa que más desee que ser médico. Pero lamentablemente mis notas no son tan buenas. Sé que hay muchas más opciones, pero bueno… Otras de las cosas que me han recomendado que haga es que vaya a trabajar en una agencia de publicidad, pero mi negatividad podría sentirse desde la puerta y no puedo permitirme más fracasos, quizás en verano si ya me encuentro mejor puede que lo haga… La gente me dice que soy hermosa, que no estoy gorda, que soy inteligente, pero no me lo creo yo, que es lo que verdaderamente importa.



6 de enero de 2013



La verdad es que cuando yo no lo busco lo encuentro. Ahora todo el mundo se enfada conmigo sin motivo aparente. Gente con la que hace meses que no hablo me viene para echar cosas en cara o simplemente discutir conmigo. Ahora que ha pasado el tiempo y creo que soy más madura y objetiva, y que me doy cuenta de las cosas y de lo que de verdad siento, me atrevo a decir que tengo miedo. Tengo miedo de que me vuelvan a hacer daño, que me vuelvan a utilizar o a fallar. Sé que todos los chicos no son iguales, pero lamentablemente el destino solo me ofrece a idiotas que me engañan continuamente. Lo que realmente ocurre es que hablo con ellos, les conozco lo suficiente, veo que me podrían gustar, o que quizá yo ya les esté gustando, y ahí es cuando me digo a mi misma “PARA” vas a volver a sufrir, a pasarte las noches llorando, a que se te pare la respiración cada vez que veas a alguien que se parece a él. A volver a sufrir. Y no me va a volver a ocurrir eso. Sé que es triste que no me quiera volver a enamorar, que debo de admitir que es el mejor sentimiento que una persona pueda sentir. Pero ahora lamentablemente soy más dura, más fuerte y algo más mala. Es triste pero cierto, cada vez me siento más segura de mi misma y me voy conociendo mejor, eso es lo bueno de toda esta dolorosa parte. 



3 de enero de 2013



La envidia es la religión de los mediocres. Los reconforta, responde a las inquietudes que los roen por dentro y, en último término, les pudre el alma y les permite justificar su mezquindad y su codicia hasta creer que son virtudes y que las puertas del cielo sólo se abrirán para los infelices como ellos, que pasan por la vida sin dejar más huella que sus traperos intentos de hacer de menos a los demás y de excluir, y a ser posible destruir, a quienes, por el mero hecho de existir y de ser quienes son, ponen en evidencia su pobreza de espíritu, mente y redaños. Bienaventurado aquel al que ladran los cretinos, porque su alma nunca les pertenecerá.


Datos personales

Mi foto
No puedo vivir sin música, y mucho menos sin reírme mucho cada día. Me encanta hacer el tonto y cometer locuras. Se me da mejor escuchar que hablar. Creo que un beso, un abrazo o una caricia son lo que me hacen ser más fuerte cada día. Que vale la pena sonreír por las cosas más pequeñas e insignificantes, y sin duda alguna hay que cometer errores para aprender de ellos más tarde. Por lo demás soy la chica más normal del mundo.